De puertas para adentro el Covid 19 no me cambió, pero…

El Covid 19 ha cambiado las dinámicas en los hogares. La mía no. Soy independiente y hago teletrabajo hace 14 años.

Desde los 15 años trabajo. Provengo de padres separados desde que tenía 9 años y de ahí la razón. Fue más por necesidad que por convicción propia, pero eso me llevó a forjar mi caracter independiente. A los 22 ya no vivía en mi casa familiar.

Los primeros trabajos fueron como recreadora. Recuerdo que incluso llegue a ser senior, ganando buen dinero los fines de semana y en épocas de vacaciones. También lo hice como asistente en una escuela de artes.  Salida del bachillerato, la universidad que me recibió fue: más trabajo. El de full time, con ropa de oficina, responsabilidades y horarios por cumplir.  Pagué mis propios estudios (dos carreras técnicas profesionales y una profesional a medio camino.  Seminarios, cursos, talleres, simposios, etc.,  – la mayoría de forma nocturna. Experiencia nada divertida para mí. 

A los 21 años ya era directora de cartera y facturación de una compañía de internet que manejaba, en ese entonces, una cartera que superaba los mil doscientos millones de pesos.  Mi segundo hogar era mi oficina (horrible). A las 9 de la noche, en medio de una clase, me interrumpía el presidente de la compañía por A,B,C o D motivos y había que atenderla. Terminar la segunda carrera, primera profesional, era un reto así. La suspendí (y por las idas y venidas del destino nunca retomé. Tampoco me arrepiento. No era para mí). Pero también pronto entendí que estar entrando a las 8 de la mañana y saliendo a las 11 de la noche, no era lo mío. Renuncié. Ganaba muy bien.

Antes de ese trabajo, laboré, desde los 18 años, como dependiente judicial de un abogado que llevaba casos jurídicos de carteras hipotecarias. Cuatro veces a la semana me la pasaba de arriba a abajo en los juzgados del circuito de Cali y lo combinaba, además, como vendedora de un local de muebles infantiles que tenía su esposa, actividad alterna que me dejaba unas decentes comisiones.

Quizás por esas experiencias laborales previas, desde temprana edad, no quise explorar más el mercado laboral formal con la estabilidad que ofrece y preferí lanzarme a abrir un negocio con mi liquidación. Para esa edad, 22, 23 años, ya mi esposo estaba en mi vida. Lo conocí desde los 19 y fue primero mi mejor amigo, además de gran cómplice en todo esto.

Abrimos entonces una papelería y centro de copiado en frente de un colegio que también operaba en las tardes y noches como instituto de carreras técnicas y tecnológicas. El trabajo era mucho. Tener negocio implica igual esclavizarse, pero la pequeña gran diferencia es que es tuyo. Definitivamente por alguna razón que no defino aún (personalidad, destino, karma) me he ido por los caminos más largos.

La  papelería la tuve tres años y guardo la experiencia con tantísimo cariño. Conocí muchísima gente, entre ellos un abogado que varias veces al mes me contrataba por días para que le ayudara con sus informes. También a un conocido futbolista que le gustaba arrimar a mi tienda a comprar cositas. Mi primer negocio me dio para vivir, comer, pagar arriendo de mi casa y el local. Necesidades y altibajos los hubo (muchos y fuertes) y los hay en este estilo de vida, como falta de billetera abultada, pero esas minúsculas satisfacciones, el manejo del tiempo y la tranquilidad son las que mueven el espíritu de los independientes.

Pergaminos, el nombre de la papelería,  finalmente debí venderla porque mi esposo le salió un trabajo (teletrabajo) con una empresa de Miami y debíamos trasladarnos, no obstante, a Bogotá. Era eso, o que él trabajara en una compañía en Cali (cumplir horario, depender de otro). No lo pensamos un segundo.

Mi idea inicial era abrir en la capital un negocio igual. Entre tanto terminé mis niveles de inglés de intermedio a intermedio alto en una institución reconocida. En eso, me ofrecieron administrar los empleados con teletrabajo en el país en la empresa donde se empleó mi esposo y administrar el sitio web. De muy buen salario, y desde casa, acepté sin dudarlo. Ese fue el inicio de mi aprendizaje en contenido para web, CMS, SEO y tiendas online. Fue tremenda inmersión con esa compañía estadounidense.

Terminado esos cursos, me hablaron de una carrera técnica profesional de traducción de textos. El profesor me dijo que lo pensara. Le gustaba mi escritura. A mí, la verdad, ya con 27 o 28 años (más o menos) no me sonaba mucho el hecho de volver a clases presenciales, por dos años y medio, todos los días, pero por alguna razón lo asumí. Eso me impedía trabajar, por lo menos en las mañanas, y aunque tenía teletrabajo, jefe es jefe y no le gustó la idea. Renuncié.

Algunas de las habilidades que se desarrollan con la traducción, más allá de la escritura, es la corrección de textos y estilo, y por ahí empecé una nueva oportunidad de negocio. Mientras estudiaba montamos con mi esposo varios blogs en inglés y uno solo en español (CineVista Blog), con los que probamos todo lo aprendido en esta empresa americana. Nos dio resultado. *El capítulo de CineVista tiene motivaciones propias y es una historia que merece un post aparte que en algún momento quizá compartiré.

Desde ese entonces hago teletrabajo. Tenemos con mi esposo, por fortuna, oficinas independentes, así que llevamos mucho tiempo con el manual para hacer que este método funcione con efectividad desde la casa. El Covid-19 en ese sentido no nos modificó nada. Al menos por ahora. No han habido cambios en los horarios laborales y no tenemos más miembros de la familia en casa que distraigan nuestra atención.

Pero por supuesto tenemos un gran desafío, que nos hace un gran hueco en nuestro bienestar (y apenas estas cuarentenas comienzan). Aquí me separo de lo que pasa por la mente de mi esposo y hablo por mí, así me refiera en plural.

Vivir y trabajar en casa, requiere de mucha disciplina, imaginación y compromiso con uno mismo. Parte de esa rutina esencial requiere usar, sí o sí, el descanso por fuera de casa: desde pequeñas salidas a la tienda o a sacar la mascota, hasta unas más generosas como ir a cine, salir a comer, a ver vitrinas, o a un parque, o salir de paseo a las afueras de la ciudad.

Mi oficina.

El cambio de rutina para nuestros fines de semana – para nosotros un fin de semana era muchas veces, y por decisión propia, un lunes y martes-, ha sido difícil de asimilar, porque ya vivíamos en un encierro parcial, a pesar que ambos nos consideramos personas muy caseras (subrayado y en mayúsculas). Así que espero que la imaginación se duplique, que la mente ayude y que nuestros perros (Simón Alberto y Coffee) nos sigan dando las dosis de calma y entretención que necesitamos.

Esto va para largo y todo parece indicar que nuestra cotidianidad cambiará definitivamente. Entiendo que ahora más que nunca debemos agradecer por lo que se tiene (el agradecimiento lo tengo desde hace muchos años como consigna diaria), porque podemos protegernos en casa y porque siempre hay otras personas que hacen minúsculos nuestros propios problemas.

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2 responses to “De puertas para adentro el Covid 19 no me cambió, pero…”

  1. Nicolas Obregoso says :

    que maravilloso escrito, muchas gracias por compartirlo.

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