El duelo de mi perrhijo

Hace poco le escuchaba a una terapista de duelo que la persona que mejor lleva el duelo dentro de una familia es justamente aquella que todos piensan que no. Esa persona sumida en su dolor, la que más llora, habla del tema, recuerda en voz alta, quizás se queja, muestra nostalgia, incertidumbre, enojo, en conclusión, la que se expresa y exterioriza, esa es la que mejor está asimilando el proceso.

Hace poco también veía el video de una persona que a los 10 meses ya se sintió lista para guardar finalmente los restos y pertenencias de su perrito en el sótano de su casa. Cuando vi ese video, lloré y me acordé de mí. Mi amado perrhijo, Simón Alberto, murió el pasado 13 de mayo, el día de la Virgen María, un viernes pasadas las siete de la noche, a los 17 años, por eutanasia tras un fallo renal. Estaba en tratamiento, iba bien, colapsó y se deterioró en horas.

Sus restos los cremamos y fueron siete días de espera para recibir sus recuerdos y cenizas. Fueron siete días de un dolor gigante en el pecho, de no saber con exactitud en qué etapa del proceso iba, dónde estaba su cuerpo inerte. La entrega finalmente, de esa forma, es otro dolor inmenso, pero confieso, me tranquilizó. Volvía a casa mi Simón, de otra forma, pero volvía.

El video de la señora me recordó a mí, porque yo tengo las cenizas de mi perrito, la foto, vela y planta que nos dieron, en un espacio especial en mi casa. Me da tranquilidad sentir que lo que queda de él en esta Tierra está ahí. Sus restos reposarán en dos lugares, pero aún no me siento preparada para hacerlo. Apenas van dos meses, quiero tenerme paciencia.

El video de la señora me recordó a mí, porque su ropa y cobijas aún las tengo visibles en su espacio, en su mueble. Solo unas cuantas cosas están guardadas (como el comedor, su correa y otras que no sé bien cuáles son. Lo hizo mi esposo), y solo algunas he comenzado a lavar. El resto conservan su olor (y uno en estas complejidades de los duelos no quiere dejar que se pierda), y algunas otras se las he dado como herencia a mi perro sobrino. El desprenderse es de los peldaños que más cuesta en los duelos.

Lo recuerdo a diario, reviso las fotos, confundo a mi otro perro y lo llamo por su nombre, me río recordando sus pilatunas, soy consciente que hasta ahí fue su tiempo y estoy tranquila porque fue un perrito tranquilo, sano y feliz. Así y todo lloro, porque me hace mucha falta, porque era mi diario vivir, porque era su mamá y porque era mi compañía inseparable.

Creo que soy la prueba de cómo el duelo por una mascota se equipara al de un humano. El dolor en el pecho, el vacío en el corazón, la nostalgia, la tristeza, las preguntas, las lecciones, la sensación de extrañeza y el no creer, no difieren tanto a lo que se siente cuando parte un ser querido humano. El duelo duele, porque el amor debe cambiar a una forma que uno no conoce y no comprende del todo, va hacia un amor donde el ver y tocar deja de ser, y duele. Va hacia otra forma de amor, donde el pensamiento, la imaginación y tu conexión espiritual se hacen vitales.

Desde los cinco años me han acompañado perritos en mi vida, todos de muy larga y buena vida, todos vividos como duelos extremadamente distintos, porque llegaron a mi vida en etapas muy distintas y porque ellos también son muy distintos entre sí.

Afortunada he sido de experimentar la forma tan especial de amor, bondad, inocencia, inteligencia y sencillez que ofrecen los perros. De mi Simón les contaré que era un poodle mezclado con perro de agua español, por lo que era de patas cortas y gordito, como una pequeña oveja. Pesaba, en sus buenos tiempos, entre los 10 y los 11 kilos.

Amaba comer, el pollo especialmente, al que le hacía baile cuando se abría la puerta y sentía el olor. Si el pollo lo traía un domiciliario, también les bailaba. Tenía horario para comer y cercano a la hora comenzaba a ejercer presión, era horrible (¡ja, ja, ja!). Fue hasta último momento de buen comer. Adorábamos eso de él. Le fascinaban los cábanos y el pan. También acosaba con la salida, no le gustaba hacer sus necesidades en casa. Lo intentamos todo y no logramos acostumbrarlo, así que lloviera o tronara, debíamos sacarlo. Incluso si se le dañaba la cola, pedía ser sacado, así fuera de madrugada. Solo ya anciano hacía en la casa, pero con pañal. Simón era enamoradizo, pero no tuvo hijos dicen, los veterinarios, que por contemplado. Una vez, recuerdo, lo dejé en casa de una vecina. Esa noche no dormí y muy a las seis y media de la mañana le estaba timbrando para recogerlo (🤭 demasiado sobreprotectora). Aunque el problema real fue que nunca le gustaron de su raza. Tuvo de novia a Canela, una beagle con la que se daba besitos, y amaba a todas las perras de color amarillo, pero ninguna de su raza (¡ja, ja, ja!), las golden retriever y labradoras eran sus favoritas.

Su cumpleaños 17.
Su cumpleaños 17.

Simón fue un perrito tranquilo, se adaptaba muy bien a todo, fue hiper juicioso. Siempre lo terminaban amando en los hoteles donde lo llevábamos, cuando no podíamos viajar con él. Todos coincidían en lo mismo. Amaba caminar por horas, amaba ir al Parque Simón Bolívar y al embalse de Tominé. Los aguaceros no le hacían mella, siempre sentí que ante la lluvia comenzaba a caminar más despacio, para mi desgracia. Muchas fueron las veces que llegamos empapados a la casa. Simón no le temía a nada – quizás un poco al baño -, pero nadaba, eso sí, como todo un experto en el río. Era un perrito caleño, pero se adaptó fácilmente a la altura, ladraba en rolo (😋). Le encantaban los muñecos, sobre todo los peluches. Se apoderó de varios míos, tenía novia muñeca (ustedes saben) y se le robó varios a su abuelita. Jugábamos buenísimo a la escondida, terminaba con la lengua bien afuera. Él era el que me buscaba y cuando me encontraba, yo gritaba y él salía corriendo feliz…. ¡Tantos lindos recuerdos!

Ahora, en mis noches, pido soñar con él para volver a verlo más allá de la buena suma de fotos que tengo y que, por cierto, qué alivio ofrecen en ese ejercicio de recordar. Aún no sueño con mi Simón, pero mi esposo sí y fue lindo, lo sentí como propio.

Este es mi duelo. Mañana es 13… Estas palabras quizás sean mi terapia. Ahí voy…

Para tí, mi Simón. Para tí, gracias por acompañarme tantos años. 🙏❤️🌈

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